Nuestra historia no se guarda en libros antiguos, sino en las raíces profundas de nuestras cepas más viejas.
Desde 1905, somos una familia de viticultores que ha aprendido a escuchar a la tierra, a respetar sus ciclos y a transformar su esencia en vinos que hablan de quiénes somos y de dónde venimos: Casas-Ibáñez, el corazón de la Manchuela.
Todo comenzó con un sueño humilde y una convicción inquebrantable. A principios del siglo XX, nuestro bisabuelo plantó las primeras viñas en esta tierra de carácter, una meseta a más de 700 metros de altitud donde el sol de justicia y las noches frescas forjan uvas excepcionales.
Eran tiempos de trabajo manual, de manos encallecidas y de una fe ciega en la Bobal, la variedad autóctona que ya entonces demostraba su fuerza y su capacidad de adaptación.
Aquellas primeras cepas no solo fueron el origen de un viñedo; fueron los cimientos de una filosofía de vida: el amor por el campo y el orgullo del trabajo bien hecho.
Generación tras generación, la familia Vega Tolosa creció con el viñedo.
Nuestros abuelos consolidaron el legado, superando tiempos difíciles con la resiliencia que enseña el campo. Nos enseñaron que la paciencia es el mejor abono y que una viña cuidada siempre devuelve el esfuerzo.
Fue nuestro padre, Juan Miguel Tolosa, quien dio el paso decisivo.
Con la visión de quien conoce el potencial de su tesoro, construyó la bodega moderna y tomó una decisión valiente: dejar de vender el fruto de nuestro trabajo a otros para empezar a embotellar nuestra propia historia.
Fue un acto de reafirmación, el momento en que nuestro apellido se unió para siempre al vino, prometiendo calidad y autenticidad en cada botella.
Llegó un momento en que mirar hacia adelante significó volver a los orígenes. La conversión a la agricultura ecológica no fue una estrategia de mercado, fue una declaración de principios. Comprendimos que para conseguir vinos verdaderamente expresivos, necesitábamos una tierra viva, sana y en equilibrio.
Dejamos de luchar contra la naturaleza para empezar a colaborar con ella. Fomentamos la biodiversidad, eliminamos los productos de síntesis y confiamos en los ritmos del ecosistema. Este pacto nos ha regalado uvas más puras, vinos más honestos y la enorme satisfacción de saber que cuidamos la tierra que cuidará de las futuras generaciones. Para nosotros, el sello ecológico no es una etiqueta en la botella, es el reflejo de nuestra alma en el viñedo.
Más de 115 años después, la misma pasión que movió a nuestro bisabuelo sigue intacta.
Hoy, la cuarta generación fusiona la sabiduría heredada con el conocimiento actual para crear vinos que emocionan, que cuentan la historia de nuestro terruño y que llevan la impronta inconfundible de nuestra familia.
Ahora, te invitamos a probar nuestros vinos.